Editada por Encuentro, esta estupenda novela publicada en
1945 describe la vida de un sacerdote católico en la primera mitad del siglo XX
en Escocia. Su autor, Bruce Marshall, era asimismo escocés, un converso -otro
ilustre más en la nómina de británicos acogidos en la fe romana durante el
siglo pasado- que adquirió cierto prestigio como escritor, aunque resulta, creo, bastante desconocido en
nuestro ámbito.
Se describe la vida de cura del padre Smith en el contexto
no precisamente favorable de la presbiteriana Escocia. No era fácil entonces
ser pastor de almas “de segunda”,
papistas que además ocupaban por lo general los lugares bajos de la escala
social, hombres y mujeres de fe, sin duda, pero también mezquinos. Con realismo
bienhumorado se describe la acción sacerdotal de este cura realmente santo:
piadoso, sencillo a la vez que perspicaz, simpático, paciente, comprensivo y
generoso con todos… Un pastor que huele a oveja, por usar terminología eclesial
en boga.
Esta descripción de Smith nos puede dar una idea de
hagiografía ñoña. No lo es. Marshall nos muestra también sus momentos de
perplejidad y lucha, además de que el tono es siempre un tanto irónico,
registro que no suelen manejar los apologetas, y los personajes están muy bien
construidos (se aprecia que debía conocer muy bien la sociología eclesial de
esa época).
Desde una perspectiva digamos “teológica”, la obra es
también muy interesante, por algunas de las reflexiones que Marshall nos ofrece
a través del padre Smith. Por ejemplo: “Bueno, pues si tenemos jaleo nos
servirá para que nuestra religión no se enmohezca -respondió el padre Smith-.
Esa es la gran ventaja de las persecuciones: que mantienen a uno en constante
actividad y vigilancia. El mayor enemigo de la Iglesia de Dios no es el odio,
sino la rutina”. Y como superviviente del feísmo litúrgico de los setenta- ochenta
(no del todo vencido), cómo no asentir ante esta otra afirmación: “cada vez que
contemplo la fealdad y aridez de nuestras ciudades industriales, doy gracias al
Altísimo desde lo más hondo de mi corazón por haber dado a su Iglesia tantos y
tan exquisitos ritos y ceremonias. Porque no es pan y circo lo que el pueblo
necesita, sino poesía y oración”.
De ambas, poesía y oración, hay mucho en esta novela de
lectura provechosa y agradable.
Nota: 9.
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