Cómo llegamos a la final de Wembley. J.L Carr


El título de esta novela es How Steeple Sinderly Wanderers won the FA Cup y se publicó en 1975. Se trata de un rarísimo caso en que el título en castellano supera al original, sobre todo porque mantiene el suspense de quién ganará esa final (suspense que con este comentario estropeo: perdón). Ejemplo de la buena labor de edición de Tusquets -magnífica también la portada- que hace honor a esta novela entrañable, divertida, excelente, que destila un humanismo de sabor clásico. En cierto modo, rinde homenaje a virtudes hoy casi contraculturales: discreción, sobriedad, modestia… Y que destacan sobremanera por comparación con los valores hoy representados por las estrellas del fútbol contemporáneo, a quienes haría gran bien esta lectura, si tal hecho fuera posible.

El Steeple Sinderly Wanderers es un equipo de regional cuyos dirigentes se proponen participar y llegar lo más lejos posible en la FA Cup, la “Copa del Rey” inglesa (los británicos, monárquicos de veras y no de pose, evitan mezclar a sus Altezas Reales en el tumulto tabernario que es al fin y al cabo una final de fútbol). Presidente, directiva, entrenador y jugadores forman un grupo singular, que aborda cada partido con una mezcla genial de meticulosidad y sencillez que les lleva de victoria en victoria hasta el éxito final. Un triunfo para los anales que, sin embargo, el equipo asume con la misma naturalidad con la que empezaron la competición.

El libro resulta también un elogio de la Inglaterra rural, la Inglaterra-Inglaterra, Merry England idílica, que no volverá y tal vez nunca fue, pero que se ve a sí misma como la Jerusalén celeste en la tierra, en un ejercicio de jingoísmo suavizado por su consustancial ironía (“Resulta triste tener que admitir que el doctor Kossuth no era inglés de nacimiento”, dice el narrador de su entrenador, húngaro de origen). El anglófilo encontrará un festín en estas páginas.

Soy y seré del Atleti, pero mi segundo equipo es ya el Steeple Sinderly Wanderers, cuya peripecia de ficción merecería ser verdad.

Nota: 9.

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