El cinéfilo. Walker Percy


Una introducción previa (sintagma escuchado en una ocasión, de labios académicos). Sospecho que las condiciones de lectura de un libro a veces me condicionan más de lo razonable. Este libro me ha gustado, pero debo advertir que lo leí en unos felices días de verano, en el silencioso jardín -antiguo huerto-  de una vieja casona castellana, con la Sierra de Gredos como horizonte. En esas condiciones, hubiera podido gustarme la prosa del programa político de Podemos.

La novela tiene un tono original, simpático, “sureño” (transcurre en Nueva Orleans), con una estructura un tanto inconsistente (primera obra de su autor), y personajes que se hacen querer por sus debilidades y también por sus personalidades fuertes, nada acomodaticias. Digo que me parece “sureño” por cuanto pesa la cultura del Sur -ese modo de afrontar con dignidad la derrota- en todo lo que ocurre.
  
El personal principal, Jack, es un nihilista burgués, hombre de negocios y ex combatiente de la Guerra de Corea, interesado solo en practicar la mayoría de los pecados capitales, con preferencia por la avaricia y la lujuria, e ir al cine, de ahí el título de la novela. Pero hay dos personas que “interfieren” en el cómodo devenir de su hedonismo vital. Tía Emily, vieja dama confederada, que trata continuamente de ponerle ante sus responsabilidades como caballero de la buena sociedad de Nueva Orleans. Y Kate, sobrina de Tía Emily, mujer tan atractiva como desorientada, con problemas de drogas, y necesitada de un verdadero amor. En la relación con ellas (y también con un hermanito con discapacidad intelectual: memorables los diálogos con él) Jack va de alguna manera comprendiendo que, como dice la frase de Kierkegaard que abre el libro, “la cualidad específica de la desesperación es exactamente ésta: no tiene conciencia de ser desesperación”.

Novela interesante, pero no redonda.

Nota: 7,5.