“Nada hay en el mundo que no tenga su momento decisivo y la
obra maestra de la buena conducta es conocer y elegir ese momento”.
Esta frase del Cardenal Retz, que gustaba mucho a Disraeli, me
parece la clave de bóveda de su vida y de esta biografía, un clásico contemporáneo. Una vida
apasionante, sin duda, con el escenario tan atractivo de la política inglesa de
la segunda mitad del XIX, periodo de esplendor de un parlamentarismo genuino.
Maurois retrata a Disraeli como un magnífico orador, excelente conversador y
fino conocedor de las pasiones humanas, tres cualidades esenciales para el
triunfo político en aquellos tiempos (¿y en estos?). Un triunfo costoso
(conoció muchas más derrotas que victorias), pues debió superar la desventaja
de no pertenecer a la élite social y de ser de raza judía, si bien era
anglicano de religión. Sabedor de esas limitaciones, orientó todos sus pasos,
con la determinación propia de los muy grandes, a lograr el summum: ser el primer ministro de Su
Majestad. Lo consiguió con la Reina Victoria, cuya confianza se ganó de forma
plena, merito mayor si se tiene en cuenta la personalidad no precisamente
acomodaticia de la reina.
La biografía resulta excelente por el agudo retraso
psicológico de Disraeli. De hecho, estamos más bien ante una larga semblanza,
una descripción en el tiempo del desarrollo de una personalidad exuberante,
atractiva por su inteligencia y por sus virtudes morales.
Nota: 9.