Un hombre astuto. Robertson Davies

Digamos desde el principio que ha sido mi experiencia de lectura menos satisfactoria del gran Robertson Davies (habrá que dedicar una entrada a su obra). Desmesurada en su extensión, deslavazada en el argumento y con unos personajes un tanto inverosímiles. Suelen serlo en las novelas de Davies: caracteres originales, extraños, pero atractivos, que aquí, a diferencia de sus novelas más logradas, degeneran en caricaturas más bien estrambóticas. Raritos, muy raritos.

El hombre astuto (¿trasunto del propio Davies, a las puertas de la muerte cuando escribió esta novela?) es un médico reputado de la ciudad de Toronto, que aprovecha un incidente noticioso del que es testigo -la muerte en plena liturgia de un sacerdote anglicano- para contarnos su vida. En esa narración están presentes los elementos habituales del universo “davisiano”: la sociedad canadiense y su mezcla de ingredientes del viejo y nuevo mundo; las confesiones religiosas, que en la visión de Davies son tan necesarias como artificiales; y los vicios y virtudes de la alta burguesía, en este caso vinculada a una iglesia anglicana “high church” de Toronto, retratada con una mirada cínica y descarnada. 

En fin, una novela fallida, última de la producción de Davies, pero que a sus fans nos deja algunas perlas de su prosa inteligente. Como éstas:

“El cementerio nunca había sido desconsagrado. (¿Cómo puede desconsagrarse algo? Me suena como sacar el aceite de una ensalada)

Eddu era un producto de la civilización que ha hecho posible que el hombre dedique toda su atención al sexo, haciendo del sexo su afición y pasatiempo primarios y, en definitiva, su propósito en la vida”

“La indignación, para que se justifique, nunca debe ser personal” 

“En una unión auténtica, el sexo deviene otro tipo de charla gozosa, una canción sin palabras, un encuentro que no necesita explicaciones ni consideraciones”

“La homosexualidad se había convertido, no en el amor que no se atreve a decir su nombre, sino en el amor que nunca sabe callarse”.

Nota: 6.

El jilguero. Donna Tartt


Hacía tiempo que no tenía una sensación de lectura como ésta. Quería avanzar con ansía para saber qué pasaba en las siguientes páginas. Supongo que eso es lo mejor que se puede decir de un thriller. Y eso es esta novela: un thriller, muy bueno, ni más ni menos (he leído consideraciones más elevadas sobre esta obra, que me parecen desmesuradas).

Es una historia de cierta complejidad, en torno a un muchacho a quien vemos convertirse en hombre y ejercer de tal en la parte final de la narración. El protagonista pierde a su madre en un atentado terrorista del que él también es víctima. En ese atentado roba un cuadro, “El jilguero”, obra real, de Carel Fabritius, discípulo de Rembrandt. Como huérfano de madre y con un padre sinvergüenza, le ocurren diversas peripecias mientras la acción avanza hacia un final en que el asunto del cuadro se aclara definitivamente.

Muy entretenida. Trama brillante. Ágil y bien escrita, aunque a veces peca de barroquismo. Fondo un tanto nihilista, si bien algunos personajes ofrecen un contrapunto de bondad y el propio protagonista no acepta pacíficamente que la vida sea pasar el tiempo y divertirse. A veces, las reflexiones resultan pretenciosas, en particular, al final de la novela, que en todo caso es excelente en su género.


Nota: 8,5.