Suelo leer lo que cae en mis manos de Joseph Pearce,
escritor siempre interesante, a veces un tanto ventajista en sus planteamientos
morales y con cierta tendencia a la superficialidad (quizá yo la confunda con
mera sencillez). Esta biografía se lee muy bien. El contexto histórico me
resulta interesante (el primer tercio del siglo XX en Inglaterra), pero el
personaje, no tanto. Un católico vitalista y valiente, muy amigo de sus amigos,
el primero de ellos, Chesterton. Como Chesterton, cabe considerarle un listillo idealista, noble, pero poco
práctico, con tendencia a ser dogmático y tajante en cuestiones opinables.
Me
llama la atención lo mucho que trabajaba y bebía. También el profundo enamoramiento de su
mujer (de nuevo, un paralelismo con Chesterton). Precioso el detalle de que se santiguara cada vez que, tras su muerte,
pasaba por su habitación vacía. Por cierto, también extraordinaria la muy conocida anécdota del Rosario
en un mitin. En resumen: si les parece mal que rece el Rosario, dijo a sus potenciales
votantes, “ahórrenme la indignidad de representarles”.
No he leído a Belloc. De los textos que cita Pearce, nada me
ha cautivado especialmente, por su tono en general exaltado y sentimental (tal
vez merezca la pena leer “El camino a Roma”). Mi impresión general del
personaje: fue un polemista agudo y enérgico, más brillante que profundo, con
un carisma excepcional, al que las presiones del día a día y la agitación
periodística quizá impidió escribir una obra maestra. Consagró sus mayores
esfuerzos a una reinterpretación católica de la Historia de Inglaterra, reto
tan loable como fuera del alcance de una sola persona.
Nota: 7.
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