Cántico por Leibowitz. Walter M. Miller

Aprovechando una recomendación a un amigo, volví a leer esta excepcional novela publicada en 1960 (disfrutar de lo lindo una tercera lectura es sin duda un buen filtro de calidad). La obra se divide en tres partes hasta cierto punto independientes: "Fiat Homo," "Fiat Lux," y "Fiat Voluntas Tua." Me parece sensacional la primera, quizá superior a las otras dos, con ese inolvidable hermano Francis y su “execrable vanidad”, descubridor de las reliquias del futuro San Leibowitz.

Esta novela admite muchas lecturas,  expresión tópica, pero atinada en este caso. La entrada de Wikipedia es muy completa (https://en.wikipedia.org/wiki/A_Canticle_for_Leibowitz.) y refleja bien la trascendencia de la obra, creo que todavía bastante desconocida en España. Puede leerse como un relato de ciencia ficción de alta calidad, pues responde a los criterios del género (del que soy poco amigo, por cierto) y consigue lo que seguramente es más específico de este tipo de literatura: crear un mundo imaginario a la vez verosímil, original y atractivo.

Además, la historia es una parábola sugerente de la sociedad occidental (y en ese sentido, puede compararse -a mi juicio, sin desdoro- con Un mundo feliz o 1984). Se abordan muchos temas de gran interés: el vínculo entre ética y ciencia, la dificultad de controlar el poder humano, las relaciones Iglesia-Estado… En esta relectura, me quedo con lo que tiene de tratado de Eclesiología. La Iglesia aparece retratada con una profunda visión teológica. Una sociedad humana y divina, a la vez Esposa de Cristo y grupo de pecadores supuestamente unidos por un amor fraternal. Única defensora de quienes carecen de defensa, sin importar las consecuencias[1], mientras sortea mal que bien las tentaciones del poder secular.

Pero en la historia brilla sobre todo la imagen de la Iglesia como custodia del conocimiento humano y sede de la sabiduría (dimensión ésta, ay, olvidada hoy, también por los católicos). Con esa raíz -y el fundamento sobrenatural, claro- es capaz en el relato de ser fiel a su tradición apostólica, y, como ha ocurrido tantas veces en la historia, sostenerse firme a pesar de las presiones del espíritu del tiempo, de cada tiempo, a las que, sin ser inmune, no termina de ceder para seguir peregrinando hasta que vuelva su único señor.

Nota: 9,5.




[1] Ojo, spoiler en esta nota al pie: impresionará al lector que sean justo “los hijos del Papa” los asesinos del hermano Francis.

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