Había intentado leer esta novela en un par de ocasiones y no
pude pasar de las primeras páginas. Su prestigio de clásico contemporáneo me ha
forzado esta vez a terminarla. Con no poco esfuerzo y sensación de que no me
estaba mereciendo la pena.
La trama es bien conocida: unos niños perdidos en una isla
tienen que organizarse para sobrevivir. El paraíso inicial de una isla deshabitada
sin adultos ni obligaciones se acaba convirtiendo en un infierno donde
predomina el egoísmo y el afán de poder hasta ejercer incluso la violencia
contra sus semejantes. El mensaje de la novela es evidente: el cimiento de la
sociedad, de cualquier sociedad, es la ley del más fuerte porque el hombre es
un lobo para el hombre ya desde la infancia.
Mi decepción con la novela no tiene que ver solo con su
antropología subyacente -una visión tan pesimista de la naturaleza humana-,
sino también con los defectos narrativos. El estilo resulta bastante
artificial, pretencioso, sobre todo en las descripciones de la naturaleza, a
menudo ampulosas, y en los pensamientos de los protagonistas, en unos términos
oscuros y supuestamente profundos, inverosímiles para sus edades. La historia
en sí transcurre además con lentitud, de forma un tanto plana.
Al mismo tiempo, hay episodios de la peripecia que mantienen
la tensión del lector; y es interesante cómo se construye la relación entre los
niños, réplica metafórica de los juegos de poder y las tendencias más bajas de las
sociedades adultas: la necesidad de un liderazgo indiscutido, el afán de
diversión, la explicación esotérica de lo desconocido... Estos elementos tal
vez expliquen el éxito de esta novela, que en conjunto me ha resultado
decepcionante.
Nota: 6
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