Hacía tiempo que no tenía una sensación de lectura como
ésta. Quería avanzar con ansía para saber qué pasaba en las siguientes páginas. Supongo que eso
es lo mejor que se puede decir de un thriller. Y eso es esta novela: un
thriller, muy bueno, ni más ni menos (he leído consideraciones más elevadas
sobre esta obra, que me parecen desmesuradas).
Es una historia de cierta complejidad, en torno a un
muchacho a quien vemos convertirse en hombre y ejercer de tal en la parte final de la
narración. El protagonista pierde a su madre en un atentado terrorista del que
él también es víctima. En ese atentado roba un cuadro, “El jilguero”, obra
real, de Carel Fabritius, discípulo de Rembrandt. Como huérfano de madre y con un padre
sinvergüenza, le ocurren diversas peripecias mientras la acción avanza hacia un
final en que el asunto del cuadro se aclara definitivamente.
Muy entretenida. Trama brillante. Ágil y bien escrita, aunque
a veces peca de barroquismo. Fondo un tanto nihilista, si bien algunos
personajes ofrecen un contrapunto de bondad y el propio protagonista no acepta
pacíficamente que la vida sea pasar el tiempo y divertirse. A veces, las
reflexiones resultan pretenciosas, en particular, al final de la novela, que en
todo caso es excelente en su género.
Nota: 8,5.
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