En un contexto de franqueza mutua –refinada por una exquisita
politesse-, llama la atención la dureza con la que Waugh habla a su amiga de
las cuestiones de fe. Le dice literalmente que “su vida está sobrada de ternura
y falta de instrucción religiosa”. Un buen amigo dice la verdad a otro, aunque
sea dolorosa.
No obstante, Waugh se reconoce continuamente como un misántropo.
Para evidenciar ese defecto, cuenta la siguiente anécdota, que casi merece la
lectura del libro. Su mujer (Laura, esa santa) entra en su despacho y le dice
(la cita no es literal): tenemos una
emergencia. Un gran macetero ha caído sobre la cabeza de uno de nuestros
sirvientes. Sangra muchísimo. Y Waugh responde: qué horror, cariño. ¿Y se ha roto el macetero?
Así de divertidas son muchas de estas páginas, si uno conecta con
este mundo de inteligencia un tanto frívola, pero aguda.
Nota: 8.
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